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¿Te ayudo?- pregunto en tono conciliador
mientras ella está dada vuelta sobre la estructura metálica.
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Por supuesto, toma – me entrega una gran
fuente metálica de color plata y otra más pequeña de color rojo.- Sostenlas
duro.
Comienza
a pasar la carne a la fuente plateada y los vegetales asados a la de color
rojo.
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Tú sabías quien era…¿verdad?- pregunto
mientras ambos estamos de cuclillas mirando como ella traslada la carne a la
fuente.
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Por supuesto que sabía quién eras.
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¿Desde cuándo?- agradezco que estoy
cerca del fuego, así el color rojo que inunda mi cara puede ser atribuido al
calor y no a mi vergüenza.
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Masomenos desde el momento en que
dijiste tu nombre. No te sientas mal, es difícil ignorar el nombre de tu jefe-
me dice blanqueando los ojos, como si lo que dice fuera la obviedad mas inocua
del mundo.
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Lo siento - le digo.
-
¿Por qué lo sientes? – replica
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Porque supuse que trabajabas para mi
ayer, y está mañana lo sabía y no hice nada por decirte.
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En realidad, yo no deje que hicieras
nada. No sabías en qué trabajaba y ni siquiera sabías mi nombre…
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Todavía no lo sé- la interrumpo, y ella
me da una mirada de ironía- es decir, sé… tu apodo. Que por cierto, te queda.
Pero le pedí a Mike que no me dijera nada sobre ti.- le digo y la miro a sus ojos cafés. No me
había dado cuenta de cuánto extrañaba esos ojos.
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¿De qué hablas? – se pone de pie y yo la
sigo - no puedes decirme que no sabes mi
nombre.
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Sé tú apodo. No quise que nadie aparte
de ti me diga tú nombre – le confieso
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¿Por qué?- me mira con el ceño fruncido.
Y creo que podría quedarme a vivir en su mirada.
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Porque me gusta el juego que propusiste.
Y además, porque te encuentro mucho más interesante que a Mike.
Se
retira un paso hacia atrás y me mira. Masomenos por un minuto ninguno dice
nada. Y sólo nos miramos. Al final ella me regala una sonrisa. No es una
sonrisa de felicidad o de burla. Es una de pesar. Casi podría decir que es una
triste. Entonces toma aire y sé que va a hablar
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Ania. Me llamo Ania Gresco.